Son demasiados años y publicaciones defendiendo la postura de la evolución natural en nuestros ambientes festivos, relacionados con la música y baile que entendemos por tradicional (fandango, seguidilla y jota, para baile suelto, y los diferentes estilos de baile agarrado; mazurca, fox-trox , pasodoble, polka, etc.) y me congratula ver cómo se va normalizando el debate que antes era totalmente tabú, en el cual te tachaban a la mínima de hereje cuando afrontabas el tema de la creación dentro de estos géneros.
Desde el lejano 1999, fecha de mi primera defensa pública de este aspecto en las primeras jornadas etnográficas de Guadalupe, han pasado muchos lustros intentando perfeccionar y divulgar una filosofía evolutiva dentro de los ambientes investigadores y conservacionistas que complemente el trabajo de documentación y recuperación que muchos grupos, asociaciones e investigadores independientes han ido realizando admirablemente durante sus procesos de vida. Trabajos documentales recopilatorios como los de Manuel Luna, Manuel Sánchez, Tomás García, Julio Guillén o José Espín, así como de diferentes asociaciones enmarcadas en el ámbito de las cuadrillas y grupos etnográficos, son y serán siempre una base primordial para entender lo que somos y lo que podemos ser.
Ahora bien, siendo totalmente necesaria y esencial en grado máximo la información recopilada, ¿debemos limitarnos a la reproducción literal de estos trabajos de recuperación como forma exclusivamente válida?, o ¿estudiando y analizando estas reglamentaciones comunes del género debemos seguir evolucionándolas?. Estas dos preguntas me obsesionaron durante años hasta llegar a la conclusión de que ambas son válidas, aquí entra mucho la cuestión personal y preferencias de cada uno.
Mi preferencia sin duda siempre fue el analizar y entender los géneros para así poder darle estilo personal a cada intervención, lo cual creo que es lo más adecuado si hablamos de contextos naturales, pero sin dejar de lado el homenaje puntual cuando imitas el estilo de alguien anterior a ti, que interpretas dentro de un espectáculo hecho para la ocasión o para un objetivo concreto.
“Miguel, no hemos inventado nada, esto es lo que se ha hecho siempre, sólo que nos hemos acostumbrado sólo a reproducir lo documental”. Esta frase del etnógrafo y amigo Manuel Sánchez me vino a confirmar que nada tenía de extraordinario el continuar con una evolución natural las formas de fiesta, creando nuevas melodías, nuevos estilos, nuevas formas y nuevos pasos o mudanzas para baile, pero siempre desde el conocimiento exhaustivo de los géneros y respetando sin excusa las estructuras, compases y tiempos musicales de unos géneros que siguen sirviendo de diversión, y que ponen en contexto la famosa afirmación del investigador Tomás García; “el folklore está vivo”.
Que los tiempos han cambiado es un hecho irrefutable, por lo tanto las formas y sentido en muchos casos también. Bajo mi punto de vista, si queremos seguir viéndolo, viviéndolo y sintiéndolo vivo no deberíamos limitarnos a querer regresar obcecadamente sólo al pasado, negándole el valor actual y contemporáneo que tienen estas manifestaciones, donde la aceptación de lo que se convierte o no en tradición es exclusiva de la propia sociedad que lo asume como algo suyo.
La irrupción del formato festival en escenario, con cuadrillas sonorizadas que muestran sus repertorios en forma de actuación (fuera de su contexto natural), así como los corros en el baile (formato muy poco común en nuestra zona del sureste, utilizado para juego integrador y aprendizaje) por poner un ejemplo reciente, es consecuencia de una evolución natural que demanda la propia situación creada a partir de los nuevos encuentros de cuadrillas que proliferan en el territorio, los cuales mayoritariamente van asimilando que el público quiere dejar de ser un mero espectador para convertirse en participante del festejo, lo cual repercute de una manera positiva en las celebraciones de estos actos de nuevo cuño.
Decía mi admirado Joaquín Díaz que “si no evolucionásemos estaríamos dando gritos aún como Neandertales” y no puedo estar más de acuerdo con esta afirmación, pues si estuviésemos haciendo lo mismo terminaríamos cansándonos, convirtiéndolo en piezas de museo y por defecto dejándolo morir. Lo contradictorio es que sin darnos cuenta, hemos evolucionado de una forma natural, incluidas las propias cuadrillas y grupos escénicos, pues como es normal los componentes y los conocimientos no son los mismos que en los años 80 del pasado siglo, época de una revitalización de “lo tradicional” difícil de igualar. Hay nuevas voces que hacen suyas melodías documentadas y nuevas melodías acordes a sus estilos personales, nuevos/as músicos con particulares estilos de toque y nuevos/as bailaores/as que imprimen su carácter individual en las ejecuciones, como es fácil pensar que sucedió durante todo el periodo natural hasta que llegó el “romanticismo de lo rural” y la fosilización bajo el prisma de la representación localista. Esto no es óbice para aparcar la tan necesaria filosofía recuperativa y recopiladora, puesto que la información patrimonial siempre será base esencial para entender nuestro pasado. Nunca se puede dejar de investigar, analizar y reconstruir con seriedad y conocimiento.
Siempre he dicho que en los ambientes rurales donde la fiesta y rituales continúan su curso sin la premisa de la actuación no ha habido este tipo de dilemas, es todo mucho más sencillo y fluye de una forma totalmente natural, sin prejuicios y sin barreras a la hora de la creación, por lo que como bien dice el compañero Raúl Guirado, profesor de música y componente de los Animeros de Bullas “negar la evolución en la música es negar la propia esencia de la música…. todo estilo musical, toda corriente estética, surge como respuesta a una evolución de un estilo anterior o como mezcla de diferentes estilos”.
Es muy comprensible y así lo creo, que los formatos representativos hayan copado el espectro mayoritario como muestra escénica, aunque poco a poco se va acotando hacia algo más participativo, que creo es la esencia de la propia fiesta. Para ser espectador ya están los festivales folklóricos, lo cual tienen un sentido diferente.
En definitiva, seguiré echando mucho de menos y abogando por la promoción de los bailes espontáneos, los bailes de pujas, los bailes de inocentes, los rituales rurales de fiesta, las reuniones post encuentros de cuadrillas y esas cenas maravillosas de Guadalupe, que organizadas por la Asociación Etnomurcia reunía a un compendio de apasionados por estos temas en unas noches que se convirtieron en inolvidables de baile, música y conversaciones. Pero jamás se debe detener el estudio y la reconstrucción de recuerdos en peligro de extinción, con su debido análisis.
Por lo tanto, y a modo de conclusión, veo tan necesaria la vertiente creativa y evolucionista de estas formas como el conocimiento de la historia, que es la que da la base para seguir un curso natural que no deberíamos olvidar. Ambas vertientes filosóficas de funcionamiento me parecen esenciales, tanto la investigación profunda con representación documental literal del pasado, como la creativa dentro de los cánones y códigos que significan estos géneros. Deben ir de la mano.
MIGUEL A. MONTESINOS SÁNCHEZ
Caldo de Pésoles E.F.
Enero/2024